Hace tiempo me regalaron un libro titulado "Lovelock", de Orson Scott Card y Kathryn H. Kidd. Se trata de una historia de ciencia ficción, género con el cual estoy bastante a gusto. Bueno, quizá estaba bastante a gusto. No es que me haya dejado de llamar la atención, pero me he dado cuenta, afortunadamente, que hay vida más allá del mismo, y ya no consumo tanta literatura de ese tipo.
La novela en cuestión se centra en el personaje de un mono modificado genéticamente para tener más inteligencia de la normal, y trabajar así como "testigo" para un humano. Es como si fuera su secretario, encargado de observar y almacenar toda la información que puede resultarle útil a su "amo", para luego compartirla con él mediante un ordenador. Los protagonistas se encuentran en una nave inmensa, en la cual viven colonias de diferentes tipos de gentes, de camino hacia el planeta que se convertirá en su nuevo hogar. Y para mantener las costumbres de la Tierra, entre otras cosas, existen retrocesos sociales, como por ejemplo, la religión. Y decidí escribir esta entrada en el blog cuando me encontré este párrafo, que me hizo cierta gracia. El mono en cuestión, que no puede hablar, porque así se lo impide su fisionomía, piensa lo siguiente, cuando tiene que asistir a una misa, como parte de esos rituales supuestamente necesarios para mantener la unidad de la masa:
"El sermón fue tan largo e inútil como de costumbre. Básicamente los sermones me parecían una terapia de grupo a cargo de un terapeuta incompetente que se remitía a una teoría psicológica inventada por vacas."
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